lunes, 8 de enero de 2007

Una dieta bien vitaminada


Una dieta bien vitaminada

Una alimentación sana y equilibrada debería aportar a las personas todas vitaminas y nutrientes que su cuerpo requiere y, por lo tanto no necesitar ningún tipo de suplemento. Sin embargo, los complementos vitamínicos se convierten en necesarios en determinadas ocasiones.
Por lo general, la alimentación actual suele presentar una serie de carencias en cuanto a minerales y vitaminas que son esenciales para el correcto funcionamiento del organismo. Los alimentos que se consumen a diario contienen diferentes cantidades de hidratos de carbono, proteínas, grasas, vitaminas y minerales, pero ningún alimento en sí mísmo puede proporcionar todos los nutrientes que se necesitan. Por tanto, una alimentación equilibrada debe contener una amplia variedad de alimentos, de cada uno de los grupos de la pirámide alimenticia.

Sin embargo, se estima que hoy en día, alrededor del 10% de la población prefiere consumir suplementos vitamínicos de manera frecuente como forma de combatir situaciones de estrés, agotamiento físico y mental o una dieta desequilibrada. Un porcentaje no muy elevado si se compara con el Reino Unido (39%) o Alemania (43%). Los expertos estiman que es un consumo que va en aumento, generalmente en primavera y otoño y por la vía de la automedicación, dejando de lado el consumo de una dieta equilibrada. Además, hay que tener en cuenta que todos los suplementos vitamínicos no son en sí naturales ya que están fabricados en laboratorios por medio de la combinación de elementos químicos separados, es decir, se sintetizan químicamente.

Sólo entran de fuera
Las vitaminas son elementos reguladores del organismo, sin aporte calórico y muy importantes en procesos biológicos. El sistema orgánico no las produce por sí mismo pero son fundamentales y, por lo tanto, hay que incorporarlas a través de ciertos alimentos porque el cuerpo humano no puede sintetizarlas. Son excepciones la vitamina D, que se forma en la piel al exponernos al sol, y las vitaminas K, B1, B12, así como el ácido fólico, que se forman en la flora intestinal en pequeñas cantidades. Existen dos tipos de vitaminas: las liposolubles (A, D, E, K), que se disuelven en grasas y aceites, y las hidrosolubles (C y complejo B), que se disuelven en agua.

En determinadas ocasiones se hace necesaria la ingesta de suplementos vitamínicos, como en el caso de las dietas vegetarianas o personas que padezcan algún tipo de alergia alimentaria, que necesitan a largo plazo suplementos de B12. Durante el embarazo aumentan las necesidades de vitaminas B1, B2, B6 y ácido fólico. Una vez nacido el bebé y durante la lactancia hay que controlar que los aportes de vitamina A, B6, D, C y ácido fólico sean suficientes. A medida que los niños van creciendo no deben faltar las vitaminas A, C, D, B1, B2 y ácido fólico y ya en la tercera edad suele ser conveniente un aporte suplementario de vitaminas A, B1, C y ácido fólico. También se recomienda vitamina D en los casos en los que se trate de personas que no salgan a la calle y, por tanto, no reciban la acción directa de los rayos de sol sobre la piel. Además, las enfermedades que afectan al aparato digestivo, las intervenciones quirúrgicas del estómago o insuficiencias renales suelen ser una buena razón para ingerir suplementos.

Efectos secundarios
Por otra parte, conviene controlar la ingestión de las vitaminas porque aunque no es frecuente, pueden producirse algunos efectos secundarios: El consumo excesivo de la vitamina A puede producir enfermedades del hígado y en el caso de las embarazadas suponer problemas para el feto o abortos. En niños, la toxicidad de esta vitamina puede causar dolor de cabeza, náuseas, vómitos, mareos, visión doble y edema cerebral. Las dosis elevadas de vitamina B6 (piridoxina) pueden causar lesión grave de la sensibilidad nerviosa, detectada en mujeres que toman elevadas cantidades de esta vitamina para aliviar los síntomas de su síndrome premenstrual. En cuanto a la vitamina C, las dosis elevadas pueden producir cálculos en el riñón o anemia. Los niveles tóxicos de vitamina D pueden producir unos niveles sanguíneos de calcio excesivamente elevados, estreñimiento, insuficiencia renal, náuseas, debilidad y piedras en el riñón. La vitamina E en dosis elevadas puede incrementar la acción anticoagulante de la cumarina, con lo que se aumenta el riesgo de padecer hemorragias. Por su parte, una dosis excesiva de hierro provocará náuseas y diarreas, así como problemas en el páncreas, hígado y corazón.
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